Basta ya, cobardes viles,
hombres necios y traidores,
desenfrenados reptiles
henchidos de sinsabores;
descerebrados serviles,
apátridas sin amores.
Basta ya de aniquilar
a estos amorosos seres
tan inocuos para amar:
me refiero a las mujeres.
¿Porque dañar esas rosas
tan tersas y delicadas,
si ellas son tan pudorosas,
tan sensibles y adoradas,
y tiernamente mimosas?
Basta ya de acongojarlas,
de dañarle su apostura,
mejor dedícate a amarlas
con impoluta dulzura
y ya verás que al cuidarlas
ellas te darán su albura.
Arrúllala en tu regazo
y protege su candor
y nunca tendrás rechazo
de esa perfumada flor.
Embriágala de ternura
que ella es como una avecilla
que precisa la dulzura,
pues esta diosa sencilla
tiene el candor y la albura
de una gran rosa amarilla.
Respeta su espacio, que ella
de tu arbitrio no es esclava.
y aunque te cocina y lava,
siempre ella será la estrella.
Entonces ¿por qué dañar
a esas rosas perfumadas?
Dejen ya de aniquilar
a esas ninfas nacaradas
de terneza singular
y faz afiligranada,
tan presta siempre a entregar
sus delicias almizcladas
al hombre que han de adorar.
Solo recuerda que es ella
quien, con su vientre fecundo
y su pudor de doncella:
ha poblado el vasto mundo
¿No es ser prodigiosa y bella?
¡vaya un ser regio y fecundo!
Y pensar que existen necios
que, por cualquier nadería,
prisioneros del desprecio,
del odio y la felonía,
privando en carácter recio,
cercenan la flor que mora
en esos garbosos seres
que el mismo Dios atesora.
¡No asesinen más mujeres!
Que ella es la obra maestra
del Dios Todopoderoso
que forjó con mano diestra
a ese ser pundonoroso
y aquí está un botón de muestra:
Sin ella fuera un invierno
este vasto mundo cruel
y el cosmos fuera un infierno
sin la narcótica miel
que manan sus labios tiernos.
Santos Silverio
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